Capitulo 2 Aceptando el destino

Aceptando el Destino

La raíz aguanto el peso, justo lo suficiente como para permitir que Deic, alcance a apoyar su estomago sobre en borde de tierra húmeda. Se encontraba empapado y tendido boca arriba sobre la suave hierba. Mientras trataba de recuperar el aliento, también intentaba ignorar, la dolorosa sensación, de un millar de heladas agujas penetrando toda su piel, estaba realmente exhausto y totalmente desorientado. El frío y el dolor que sentía en todo su cuerpo comenzaban a ganarle la batalla. Sus vencidos párpados se fueron cerrando poco a poco, y una profunda pesadez se apoderó de su conciencia. La arrastraba lentamente a un confortable pero mortal sueño. Casi perdido por completo, en las profundidades de ese mortal sueño, pudo escuchar nuevamente una lejana y apagada voz que resonaba en su cabeza: "Te amo Freo Deic, Te amo Freo Deic". Entonces… Despertó!

No dudó ni un solo instante y sin pensar, se puso en marcha como pudo, sabía perfectamente, que debía recuperar de inmediato todo el calor que su pequeño cuerpo había perdido o entraría rápidamente en una peligrosa hipotermia. Una hora más tarde y luego de mucho esfuerzo, se encontraba frente al calor de una pequeña hoguera, que rompía tímidamente, el frío cristal de aquella cerrada noche. El peligro inmediato ya había pasado y Deic, permanecía con la mirada perdida y ausente. Se dejaba abrazar por el cálido danzar de las llamas mientras esa frase continuaba rondando  su cabeza: "Te amo Freo Deic, Te amo Freo Deic". Entonces, de pronto recordó como sólo su padre solía nombrarlo de ese modo; así lo hacía cuando necesitaba inspirarle confianza y recordarle lo valiente que él podía ser. Y así lo hizo también, la última vez que lo vio. "Se fuerte, mi valiente Freo Deic", le dijo su papá mientras le sujetaba su pequeña manito, con todas las fuerzas. "No me dejes papá, le gritaba Deic, sin dejar de mirarlo ni un solo instante".

En aquellos ojos, Deic, no vio miedo, ni dolor, ni resignación. Solo vio confianza, vio paz y un sincero adiós. "Recuerda que te amo Freo Deic , le dijo su papá, con  tanta serenidad y resignación que desentonaba con el cáos que los rodeaba. Uno de los Ñuck daba violentos tirones de la pierna de su padre. El segundo, mordía una y otra vez,el brazo con el que Deic, sujetaba las manos de su papá. 

Deic, había entrelazado ambas piernas al tronco de un árbol cercano y con la mano que le quedaba libre, no paraba de golpear, violentamente, con una pesada roca, la cabeza de la endemoniada bestia. Pero no fue suficiente!  El tiempo se detuvo justo en aquel momento en que Deic, perdía irremediablemente, las manos de su padre y lo veía hundirse en lo profundo y oscuro del bosque. Uno de los Nuck se había llevado a su padre, y el otro, luego de tanto morder su brazo y manos, se alzaba su dedo índice derecho. Deic, hubiese dado la mano y el brazo completo, por no perder a su padre aquella tarde gris. Un grupo de exploración lo encontró, dos días más tarde, muy lastimado y a punto de desangrarse por completo. Estaba a solo unos trecientos metros de la fogata en donde los Ñuck, los habían tomado por sorpresa. Al parecer, había corrido tras el rastro de los Ñuck, hasta perder el conocimiento. Su padre, en cambio, nunca apareció.

Las heroicas hazañas de Freo habían formado parte del folclore de su pueblo desde tiempos inmemoriales. Recordaba, cuanto le gustaba encarnar el papel del heroico Freo, durante aquellas interminables tardes de inocentes juegos de su infancia. Freo, el mas valiente de los héroes jamás conocido! La inesperada caricia de una ráfaga de viento helado, lo despertó de aquel triste recuerdo. Al volver a la realidad, advirtió que no todo eran malas noticias, una hermosa luna había comenzado a asomar por detrás de las oscuras nubes y todo comenzaba a iluminarse con la pálida luz lunar. En ese instante en el que Deic se encontraba casi vencido por el sueño y el cansancio, pudo distinguir como la claridad le comenzaba a revelar, de a poco, aquella inconfundible formación rocosa, la imponente cascada y justo por detrás de ella, la pequeña pasarela de piedra que permitía caminar hasta situarse, justo tras la espumosa cortina de agua. Todo era exactamente igual a la sólida imagen que se había formado en su cabeza, luego de haber escuchado tantas veces, la misma historia durante su infancia. Acaso podría ser cierto,  se preguntaba Deic, sin poder desviar la mirada de la cascada. Sería aquello que estaba observando, el mismísimo portal. Entonces, la leyenda era cierta y ahora él se encontraba justo en frente del legendario Velo de la Novia. Casi vencido por el cansancio, Deic se esforzó por recordar una vez más, aquella vieja leyenda que su papá le había contado incontables veces. 

Papá. ¿Me cuentas otra vez, la leyenda del Velo de la Novia? 

—Solo si prometes quedarte quieto. —Le decía su padre mientras continuaba juntando leña y sin muchas esperanzas de que Deic, obedezca de inmediato.

—Me quedare quieto papá.

—¡Que te quedes quieto Deic, por favor! —dijo su padre, con esa voz dulce, pero que dejaba claro que no lo repetiría una vez más. 

—Muy bien, si crees que esa enorme roca que te has empecinado en mover de lugar, ya se encuentra más a gusto en esa nueva ubicación, comenzare a contarte la leyenda del Velo de la novia.

—Creo que  la roca ya se encuentra mucho más cómoda papá. —dijo Deic, con una gran sonrisa de satisfacción dibujada en su carita.

—Muy bien: Cuenta la leyenda, que hace muchos, muchos siglos, Elgoog, el anciano más sabio de nuestro pueblo logró encontrar un portal. Un poderoso portal que bautizó como “El velo de la novia”. Él, descubrió que al traspasar aquel poderoso portal, era posible compartir un mismo presente entre ambos mundos, el nuestro —hizo un ademán con sus brazos— y el de los mortales. Muchas fueron las oportunidades en las que Elgoog, se aventuró a dejar la seguridad de nuestro mundo para ir al peligroso mundo de los hombres pues, un noble objetivo lo impulsaba. Claro que no lo hizo solo, el mismísimo “Freo el valiente”, lo acompañaba y lo protegía, en cada uno de sus viajes a través del portal. 

La leyenda cuenta también, que cuando Elgoog cruzó el portal descubrió maravillado como todo lo que conocía: desde las verdes y frondosas praderas, nuestra apacible aldea, los ríos y hasta el lago sagrado donde se cultivaban los sueños de los mortales, todo, absolutamente todo, no solo existía en otra dimensión, como el ya lo sabía, sino que también, permanecía oculto dentro de una colosal montaña a la cual los hombres llamaban, "La montaña de los cinco hermanos".  Deic, esta leyenda ha sido preservada, sólo por los guardianes de la historia y a pasado de generación en generación. Algún día quizás tú se la puedas contar a mis nietos. 

—Pero tú eres un guardián de la historia, verdad papá.

—Si claro que lo soy hijo. 

—Entonces dime, dime esa frase sagrada que Elgoog, dejo para el duende elegido.

Su padre adoptó una voz más grabe y solemne, luego dejó que una extensa pausa lograse todo el suspenso necesario y comenzó: "Dejarás atrás las líquidas puertas que ocultan nuestro mundo, para ascender y desenterrar, de lo profundo de donde moraban los Onas, aquello que solo tú podrás completar". 

—¿Es cierto papá,  todo aquello sucedió de verdad? —preguntaba Deic, con el entusiasmo a flor de piel— Así es hijo, claro que es cierto.

—Y que hacía Elgoog, en el mundo delos mortales Papá? 

—Bueno, la leyenda cuenta, que durante aquellos numerosos viajes al otro mundo, Elgoog fue dejando bien ocultos, indicios y pistas que sólo, el más especial de nuestros duendes, sabría encontrar y resolver.

—Y yo, puedo ser ese duende papá? —preguntó Deic, mientras lo miraba con esos ojitos de complicidad que solo tienen aquellos que comparten los mismos códigos. 

—No lo se hijo. —dijo su padre mientras que se cruzaba de brazos y su voz adoptaba un tono más grave— La leyenda cuenta también, que el duende elegido será dueño del famoso "Talismán Partido". ¿A caso tenías en tu poder el legendario talismán y nunca me habías contado? —dijo su padre con un fingido y muy mal actuado enojo, Deic siempre se divertía mucho con ésta parte y reía de buen grado.

—Entonces, como obtengo ese dichoso talismán incompleto? —ahora la pregunta de Deic tenia casi un tinte caprichoso.

—Éso, hijo mío, éso es otra historia. —Dijo su padre.

La cálida hoguera había facilitado que sus ropas se secaran con cierta rapidez y ahora, sus pantalones comenzaban a desprender un espeso humo. El ardor que Deic experimentó en sus piernas, lo sacó de inmediato, de aquel trance y  lo regreso a la realidad bruscamente. Luego de permanecer algunos minutos reflexionando frente a la hoguera, Deic seguía sin poder recordar nada de las últimas horas.

Pero de algo si estaba seguro: intentaría  llegar al fondo de todo eso y averiguar de una vez por todas, si todo era cierto, si se trataba de una simple coincidencia o solo se estaba volviendo loco. 

No tardó en comprender que indudablemente sí había cruzado el portal pues comenzaba a advertir que:  ni la luna se veía igual, ni el aire olía igual, ni la vegetación se sentían igual. Y la diferencia quizás más importante era que  aquella horrible bestia, supuestamente muerta, pertenecía al mundo de los humanos. 

Lo había leído incontables veces en los testimonios que los guardianes de los sueños traían luego de cada misión. Se estremeció al volver a recordarla. Aunque en aquella oportunidad todo se mantuvo en un absoluto secreto; él ya conocía esas vestías. Las había visto muy de cerca, hacía once años, cuando le habían arrancado uno de sus dedos y también llevado a su padre. No pudo evitar voltear a mirarla nuevamente. Esta vez, consiente de hallarse a una distancia mucho más segura; Deic miró el enorme cuerpo del Ñuck durante el tiempo suficiente como para observar la total ausencia de movimiento en el abdomen de la bestia. No había duda, el Ñuck,  estaba muerto.

Más tranquilo, pero no menos desorientado. Mientras desplazaba la mirada por el cuerpo de la bestia, observó algo que lo desconcertó, mucho más que le mismo Ñuck. Desde la zona lateral del torso, se asomaba la mitad de una punta de lanza que aun parecía conservar restos de carne, sangre y pelaje de la bestia. —¡Mierda!— dijo Deic, al mismo tiempo que se echaba para atrás de un salto

No lograba recordar absolutamente nada de lo sucedido en las últimas  horas, pero si estaba seguro de algo; ésa lanza no era suya. El no tenia armas. Es más, él jamás había usado ningún tipo de arma, pues no tenia permiso de hacerlo. Después de todo, solo tenía 16 años y además, los únicos duendes que podían usar armas, eran aquellos que servían como guerreros a la escuadra azul. 

Las pocas oportunidades en las que había tocado una lanza de verdad, eran aquellas en las que junto a su mejor amigo, Atux, vagaban durante horas por los bosques y senderos cercanos a su casa. Durante aquellas hermosas tardes, Atux le prestaba desinteresadamente, su propia lanza, para que Deic jugara un rato con ella. Deic,  aprovechaba cada instante para presumir con la lanza, caminaba  con paso firme y orgulloso, parecía querer mostrar al mundo entero los fuertes lazos de confianza que aquella amistad tenía. Atux, por su parte, caminaba tranquilo y despreocupado al lado de su amigo. Permitía que Deic jugara con el objeto al que debía cuidar con su propia vida (así lo había jurado el día en que encadeno su vida al servicio de la escuadra azul). Sabía bien, que por Deic, también daría la vida sin dudarlo.

Durante los primero 12 años, la escuela de Formación para duendes guerreros, había sido para Atux, lo mas parecido a una familia, hasta que por casualidad conoció a Deic y ha sus padres, quienes lo habían recibido como un hijo más. Durante los últimos tres años, Deic y Atux, habían sido como hermanos inseparables que se complementaban a la perfección. Luego de las duras semanas de entrenamiento, Atux, dejaba la escuela de formación de guerreros para pasar los dos días de descanso junto a Deic y su familia. Entonces, luego de compartir el almuerzo juntos, Deic y Atux, esquivaban todas las amenazas que la mamá de Deic les hacía para que levantaran la mesa y fregaran los trastos. Corrían al bosque y pasaban toda la tarde juntos cometiendo toda clase de travesuras. Regresaba a ultimas horas de la tarde, sucios, cansados, llenos de alegría y con un maltratado ramo de flores que jamas fallaba en disuadir el enojo de la madre de Deic. 

Durante ésas tardes, Deic, aprovechaba para instruir a Atux con una descomunal cantidad de información y datos que durante años había leído en las instalaciones de los Archivos Sagrados, sin dudas, el lugar preferido de Deic. Lo visitaba periódicamente, durante incontables horas y desde muy pequeño. Su interés por conocer la historia de los hombres era tal, que a pesar de todas las burlas que sus compañeros le hacían, y lo solo que podía sentirse a veces; jamás dejó de leer vorazmente, todo lo referente a al mundo de los hombres. Toda ésa historia, estaba guardada en gruesos libros, que los mismísimos "Custodios de Sueños" iban escribiendo de su mismo puño y letra, cada vez que regresaban de una misión y que luego eran ordenados celosa y metódicamente por los "guardianes de la historia" en aquellas increíbles estanterías. Atux, por su parte, disfrutaba enseñando a Deic a defenderse, a no temer, a poder sobrevivir tanto en el bosque como en cualquier entorno hostil y a confiar en sus habilidades. Tal cual se lo habían enseñado a él durante la instrucción de guerrero.

La mirada de Deic, fue regresando poco a poco, de aquel punto distante e indefinido, en donde los recuerdos le aplastaban el corazón, para finalmente, quedarse suspendida y melancólica, sobre el intermitente resplandor de su fogata. Reconocía lo mucho que su fiel amigo le hacia falta en aquel momento y cuanto lo extrañaba. De pronto, se puso en píe de un salto, respiro profundo y se permitió un momento para recuperar la calma. En su rostro ya no quedaba ni rastros de dudas. Llegaría hasta el final. 

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