En Busca del Cementerio.
UN TEXTO HOMENAJE AL "CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS" DE CARLOS RUIZ ZAFÓN
El viejo corazón de San Telmo está atravesado por la calle Defensa. La calle Defensa, a su vez, está tapizada de innumerables y pintorescos puestos de feria, tan coloridos, como diversos entre si. La mezcla de aromas a barnices, inciensos y cuero viejo lo impregnan todo. Se mixturan con el dulce rocío de las mañanas y cada día convierten a esas ocho cuadras de feria, en un lugar mágico y perdido en el tiempo. Un increíble lugar que renace cada día con las primeras luces del amanecer y se disuelve en el tibio resplandor crepuscular de cada atardecer.
Víctor Laurense es un librero tan viejo como la feria misma. Es el orgulloso dueño del famoso puesto de libros antiguos y exóticos de la feria, así como también, de uno de los tantos balcones que coronan la feria.
Sentado en su balcón, Víctor cerró con suavidad el libro que tenía entre sus manos y se reclinó en la silla con una exquisita expresión de satisfacción en el rostro. El quejido de la silla rompió la quietud que reinaba aquella noche en esa porción de la calle Defensa, siempre tapizada de coloridos tolditos. Estiro su brazo y con dulzura dejo el libro que acababa de terminar sobre el escritorio. El título, en gruesas letras doradas, estaba grabado en bajo relieve y rezaba: <<La sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón>>
El viejo librero tumbó la cabeza, cerró los ojos y permitió que de a poco, la briza nocturna, tibia y espesa de Buenos Aires, se trabase en franca lucha con aquellos aromas y sensaciones de una Barcelona, vieja y húmeda que aquel libro, había logrado extraer de él.
Sin dudas, pocas obras le habían provocado tal nivel de pertenencia, pensó.
Intentó relajarse. Llevaba cinco horas interrumpidas de lectura y aún tenía la cabeza embotada de un sin fin de laberintos, de calles y de edificios brumosos y grises de aquella Barcelona de papel. Sin embargo, muy en lo profundo, algo lo inquietaba . Algo que había estado latente y esperando durante años. Algo que parecía haberse despertado con la lectura de aquel libro. Entonces, con la taza de té aún humeante en la mano se incorporó de un salto.
Desplazándose con gran eficacia entre las penumbras de su departamento, llegó hasta el pasillo que comunicaba por medio de una escalera, el primer piso con la puerta de entrada. Sus paredes estaban forradas con columnas de libros que brotaban desde cada uno de los peldaños y se alzaban hasta donde los brazos podían alcanzar.
Descendió exactamente cuatro escalones mientras que las columnas de literatura a su alrededor oscilaban con cada pisada sobre los desvencijados peldaños. Luego, giró y sin dudar un segundo extrajo de la mitad de la columna de su derecha, un libro de tapa dura, de un color rojo intenso y con el título en finas letras doradas. El título Rezaba: Grandes Esperanzas de Charles Dickens. Intentando no derramar el té depositó la taza sobre uno de los peldaños, le temblaban las manos. Luego, con un soplido entrecortado, extrajo el polvo acumulado y abrió la tapa muy lentamente.
Ahí estaba!! En la contraportada, el sello de color ocre, que informaba la primera de las librerías donde el libro había estado. En el sello, Aún nítido, se podía leer con total claridad: "Libreria - Sempere e Hijos, Fecha de ingreso 1938".
Permaneció largo rato en un absoluto silencio, un torbellino de ideas y conjeturas luchaban en su interior. Esa edición de “Grandes esperanzas” Estaba entre sus libros desde mucho antes que la primera edición de “La sombra del viento” saliera a la luz. Justo por debajo del sello de la librería podía leerse, con total claridad, el nombre de Daniel, escrito con la típica caligrafía de pluma.
Entonces, una nueva pregunta lo asaltó sin previo aviso y, aunque la sabía ridícula e improbable, no pudo evitar pensarla hasta la locura. ¿Era acaso, así como la librería, también el cementerio de los libros olvidados, real? ¿Podía ser, el libro que hoy sostenía entre sus manos, cada vez más temblorosas,aquel mismo que Daniel resguardada de las violentas manos de su padre, en aquel mítico lugar? ¿Existirá quizás, en algún olvidado rincón de la vieja Barcelona, el cementerio de los libros olvidados? Víctor pensó que la sola existencia del libro lo hacia todo posible.
De pronto, unos golpes en la puerta de calle, que habían comenzado con cierta suavidad, lo despertaron de su ensimismamiento. Para cuando volteo a mirar la puerta de calle, ésta caía pesadamente, entre un revoltijo de polvo y hojas.
UN TEXTO HOMENAJE AL "CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS" DE CARLOS RUIZ ZAFÓN
El viejo corazón de San Telmo está atravesado por la calle Defensa. La calle Defensa, a su vez, está tapizada de innumerables y pintorescos puestos de feria, tan coloridos, como diversos entre si. La mezcla de aromas a barnices, inciensos y cuero viejo lo impregnan todo. Se mixturan con el dulce rocío de las mañanas y cada día convierten a esas ocho cuadras de feria, en un lugar mágico y perdido en el tiempo. Un increíble lugar que renace cada día con las primeras luces del amanecer y se disuelve en el tibio resplandor crepuscular de cada atardecer.
Víctor Laurense es un librero tan viejo como la feria misma. Es el orgulloso dueño del famoso puesto de libros antiguos y exóticos de la feria, así como también, de uno de los tantos balcones que coronan la feria.
Sentado en su balcón, Víctor cerró con suavidad el libro que tenía entre sus manos y se reclinó en la silla con una exquisita expresión de satisfacción en el rostro. El quejido de la silla rompió la quietud que reinaba aquella noche en esa porción de la calle Defensa, siempre tapizada de coloridos tolditos. Estiro su brazo y con dulzura dejo el libro que acababa de terminar sobre el escritorio. El título, en gruesas letras doradas, estaba grabado en bajo relieve y rezaba: <<La sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón>>
El viejo librero tumbó la cabeza, cerró los ojos y permitió que de a poco, la briza nocturna, tibia y espesa de Buenos Aires, se trabase en franca lucha con aquellos aromas y sensaciones de una Barcelona, vieja y húmeda que aquel libro, había logrado extraer de él.
Sin dudas, pocas obras le habían provocado tal nivel de pertenencia, pensó.
Intentó relajarse. Llevaba cinco horas interrumpidas de lectura y aún tenía la cabeza embotada de un sin fin de laberintos, de calles y de edificios brumosos y grises de aquella Barcelona de papel. Sin embargo, muy en lo profundo, algo lo inquietaba . Algo que había estado latente y esperando durante años. Algo que parecía haberse despertado con la lectura de aquel libro. Entonces, con la taza de té aún humeante en la mano se incorporó de un salto.
Desplazándose con gran eficacia entre las penumbras de su departamento, llegó hasta el pasillo que comunicaba por medio de una escalera, el primer piso con la puerta de entrada. Sus paredes estaban forradas con columnas de libros que brotaban desde cada uno de los peldaños y se alzaban hasta donde los brazos podían alcanzar.
Ahí estaba!! En la contraportada, el sello de color ocre, que informaba la primera de las librerías donde el libro había estado. En el sello, Aún nítido, se podía leer con total claridad: "Libreria - Sempere e Hijos, Fecha de ingreso 1938".
Permaneció largo rato en un absoluto silencio, un torbellino de ideas y conjeturas luchaban en su interior. Esa edición de “Grandes esperanzas” Estaba entre sus libros desde mucho antes que la primera edición de “La sombra del viento” saliera a la luz. Justo por debajo del sello de la librería podía leerse, con total claridad, el nombre de Daniel, escrito con la típica caligrafía de pluma.
Entonces, una nueva pregunta lo asaltó sin previo aviso y, aunque la sabía ridícula e improbable, no pudo evitar pensarla hasta la locura. ¿Era acaso, así como la librería, también el cementerio de los libros olvidados, real? ¿Podía ser, el libro que hoy sostenía entre sus manos, cada vez más temblorosas,aquel mismo que Daniel resguardada de las violentas manos de su padre, en aquel mítico lugar? ¿Existirá quizás, en algún olvidado rincón de la vieja Barcelona, el cementerio de los libros olvidados? Víctor pensó que la sola existencia del libro lo hacia todo posible.
El viejo corazón de San Telmo está atravesado por la calle Defensa. La calle Defensa, a su vez, está tapizada de innumerables y pintorescos puestos de feria, tan coloridos, como diversos entre si. La mezcla de aromas a barnices, inciensos y cuero viejo lo impregnan todo. Se mixturan con el dulce rocío de las mañanas y cada día convierten a esas ocho cuadras de feria, en un lugar mágico y perdido en el tiempo. Un increíble lugar que renace cada día con las primeras luces del amanecer y se disuelve en el tibio resplandor crepuscular de cada atardecer.
Víctor Laurense es un librero tan viejo como la feria misma. Es el orgulloso dueño del famoso puesto de libros antiguos y exóticos de la feria, así como también, de uno de los tantos balcones que coronan la feria.
Sentado en su balcón, Víctor cerró con suavidad el libro que tenía entre sus manos y se reclinó en la silla con una exquisita expresión de satisfacción en el rostro. El quejido de la silla rompió la quietud que reinaba aquella noche en esa porción de la calle Defensa, siempre tapizada de coloridos tolditos. Estiro su brazo y con dulzura dejo el libro que acababa de terminar sobre el escritorio. El título, en gruesas letras doradas, estaba grabado en bajo relieve y rezaba: <<La sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón>>
El viejo librero tumbó la cabeza, cerró los ojos y permitió que de a poco, la briza nocturna, tibia y espesa de Buenos Aires, se trabase en franca lucha con aquellos aromas y sensaciones de una Barcelona, vieja y húmeda que aquel libro, había logrado extraer de él.
Sin dudas, pocas obras le habían provocado tal nivel de pertenencia, pensó.
Intentó relajarse. Llevaba cinco horas interrumpidas de lectura y aún tenía la cabeza embotada de un sin fin de laberintos, de calles y de edificios brumosos y grises de aquella Barcelona de papel. Sin embargo, muy en lo profundo, algo lo inquietaba . Algo que había estado latente y esperando durante años. Algo que parecía haberse despertado con la lectura de aquel libro. Entonces, con la taza de té aún humeante en la mano se incorporó de un salto.
Desplazándose con gran eficacia entre las penumbras de su departamento, llegó hasta el pasillo que comunicaba por medio de una escalera, el primer piso con la puerta de entrada. Sus paredes estaban forradas con columnas de libros que brotaban desde cada uno de los peldaños y se alzaban hasta donde los brazos podían alcanzar.
Descendió exactamente cuatro escalones mientras que las columnas de literatura a su alrededor oscilaban con cada pisada sobre los desvencijados peldaños. Luego, giró y sin dudar un segundo extrajo de la mitad de la columna de su derecha, un libro de tapa dura, de un color rojo intenso y con el título en finas letras doradas. El título Rezaba: Grandes Esperanzas de Charles Dickens. Intentando no derramar el té depositó la taza sobre uno de los peldaños, le temblaban las manos. Luego, con un soplido entrecortado, extrajo el polvo acumulado y abrió la tapa muy lentamente.
Ahí estaba!! En la contraportada, el sello de color ocre, que informaba la primera de las librerías donde el libro había estado. En el sello, Aún nítido, se podía leer con total claridad: "Libreria - Sempere e Hijos, Fecha de ingreso 1938".
Permaneció largo rato en un absoluto silencio, un torbellino de ideas y conjeturas luchaban en su interior. Esa edición de “Grandes esperanzas” Estaba entre sus libros desde mucho antes que la primera edición de “La sombra del viento” saliera a la luz. Justo por debajo del sello de la librería podía leerse, con total claridad, el nombre de Daniel, escrito con la típica caligrafía de pluma.
Entonces, una nueva pregunta lo asaltó sin previo aviso y, aunque la sabía ridícula e improbable, no pudo evitar pensarla hasta la locura. ¿Era acaso, así como la librería, también el cementerio de los libros olvidados, real? ¿Podía ser, el libro que hoy sostenía entre sus manos, cada vez más temblorosas,aquel mismo que Daniel resguardada de las violentas manos de su padre, en aquel mítico lugar? ¿Existirá quizás, en algún olvidado rincón de la vieja Barcelona, el cementerio de los libros olvidados? Víctor pensó que la sola existencia del libro lo hacia todo posible.
De pronto, unos golpes en la puerta de calle, que habían comenzado con cierta suavidad, lo despertaron de su ensimismamiento. Para cuando volteo a mirar la puerta de calle, ésta caía pesadamente, entre un revoltijo de polvo y hojas.
No me enganché en la historia.
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