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Mostrando entradas de mayo, 2019

¡Todo de nuevo!

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A quién no le ha sucedido... Era dueña y artífice de sus historias. También, de cada uno de los momentos fueran buenos o malos; de eso no había dudas. En ocasiones, hasta había experimentado esa dulce sensación del orgullo prematuro, del placer y la satisfacción de lo logrado por el mérito propio. Sin embargo, hoy aquí estaba, preguntándose cómo era posible que una sola frase lo cambiara todo. Una frase terrible e implacable y que no dejaba lugar a dudas sobre el inminente desastre. Era como la verdad, dolorosa pero necesaria.. Cerró los ojos para mirar muy profundo y muy lejos. Lo revisó todo con la maestría que solo confiere una larga experiencia. Los abrió con la certeza de que era tan necesario como inevitable. Por un momento intentó resistirse, pero reconoció la necesidad de usar  una intensidad que solamente se logra desde adentro. Ella había sido esclava de la trama desde sus comienzos; ahora debía reescribirlo todo de nuevo, pero primera persona. Deb

La escritora.

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Sus dedos apenas rozaban la pluma, la balanceaban suavemente sobre el terso papel, blanco e inmaculado. Un papel que esperaba con vehemencia, la suave caricia de la tinta. Oía el rumor constante de los diálogos y la agonía de sangre y traición clamando por escapar. Ella, podía sentir en el pecho todo el peso de la trama, pujando por salir a borbotones para disolverse en palabras. Sí, claro que los oía. Conocía a los personajes y también todos los giros internos de sus historias; eran su creación. Sin embargo, prefería esperar paciente: la risa cómplice, la brisa de otoño o el silencio temprano que indicara, sin dudas, el momento perfecto para el comienzo de otra increíble novela .

Paisaje

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Las últimas pinceladas de una tarde de verano me acompañaron por el zigzagueante camino de Traslasierras, Córdoba. Yo me dejaba hipnotizar por la cadencia de sus curvas y contracurvas.  P or la manera única en que la luz definía cada matiz, cada contorno del paisaje. Por el ángulo, los tonos y la intensidad de la luz crepuscular que iba definiendo y contrastando de manera imposible, cada uno de los elementos de aquel escenario. Para cu ando tomé una de las  tantas curvas a la derecha, ya había  comprendido, que no serían uno sin el otro, o al menos no en la misma intensidad. Pero luego, en la siguiente curva  a la izquierda encontré  el exquisito perfil de mi compañera y entonces, todo cuanto me rodeaba pasó a un segundo plano.

Testigos

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Inmutables e inalterables, ellos siempre han estado ahí. La ochava de Córdoba y Maipú, la fuente de la plaza, los escalones, fríos y duros de la iglesia, las farolas amarillentas de la peatonal.  Como testigos silenciosos del tiempo,  me han visto crecer. Han visto crecer a todos. Fueron confidentes de las promesas que mis padres tallaron en algún lugar de la plaza y también, de las intimidades de un sin fin de parejas enamoradas. Atestiguaron robos, progreso y decadencia; destrucción, renovación y decepción.   Me vieron caminar de la mano de mamá y también me vieron llorar por ella. Luego, me vieron presumir esa sonrisa cansada y orgullosa de todo padre.  Seguro que también, me verán pasear de la mano de mis nietos y también prestarán oídos a las historias que les cuente. Historias pequeñas y únicas de mi ciudad; donde ellos, siempre aparecen como taciturnos protagonistas.  Y algún día, quizás escuchen a alguien llorar por mí.