Capítulo 4 - Un grato rencuentro.
Un rencuentro inesperado.
Además de las letras y números calados en el metal, un extraño símbolo, le llamó mucho la atención. Se trataba de una "B" atravesada por una flecha, como esas mismas flechas que usaban los Onas.
Deic, sujetaba el colgante con sus temblorosos y ensangrentados dedos. La suave brisa nocturna se colaba entre los árboles provocando, pequeños y erráticos movimientos en aquel extraño objeto.
El tiempo parecía haberse detenido. Las copas de los árboles cesaron su constante y suave danzar y hasta el tenue siseo de la respiración de Deic, se atenuó también. El único movimiento perceptible de aquella silenciosa y quieta atmósfera, eran los juguetones destellos de la luna sobre ése misterioso colgante.
¡NO PUEDE SER! Gritó Deic. ¡ES EL TALISMÁN, EL TALISMÁN PARTIDO!
Ése repentino e imprudente grito, no solo destrozó la singular quietud de aquella atmósfera,sino que también, agotó las últimas fuerzas que a Deic le quedaban. En ése instante, ahí, en el medio de la noche, muy lejos de casa y cobijado por la misma choza que alguna vez habitasen los ONAS, hace ya cientos de años; finalmente todo cobró sentido. De un solo golpe, Deic, recordó su propósito en aquel lejano y extraño lugar.
Como una inesperada tormenta, todos los recuerdos, empaparon los últimos trocitos de conciencia que le quedaban en pie. Imágenes y sentimientos, se agolparon de repente en su cabeza. Se rindió a los hechos y aunque aún le costaba trabajo creerlo, ya no quedaban dudas de que él, era "el elegido". Con las últimas fuerzas, apretó el talismán entre sus manos y luego, lo presionó sobre su pecho, cerró sus ojos y se desplomó.
Algunos pensamientos cruzaron por su cabeza e intentaron combatir, durante esos segundos previos a perder la conciencia y hundirse en un profundo sueño. Pensó en el despiadado Ñuck, que aun rondaba cerca, pensó en su madre, pensó en la razón de toda esa locura, es decir, pensó en Lara, la más dulce de los seres que jamas había conocido. Pero al fin, el cansancio ganó la batalla y la imagen de unos sangrientos colmillos, grandes y afilados, lo acompañó hasta el más profundo de los sueños.
Se despertó con la caricia tibia de las primeras luces del alba, que se derramaban tímidamente por la ladera de la montaña. Al incorporarse lo primero que vio, fue el interior de una bóveda cónica, conformada por troncos y ramas que definían la sencilla estructura de la choza, que durante muchos años, había custodiado el talismán partido. Luego, sus ojos enfocaron el rítmico danzar de las copas de los árboles, agitados por el viento. El exquisito verde de las hojas, lo cautivó casi tanto, como el dulce aroma del aire, fresco y limpio de la mañana.
Pero cuando su mirada descendió de la copa de los árboles, lo que vio a no más de dos metros de distancia, fue la mortífera mirada de un Nuck. La escalofriante imagen, le llegó casi al mismo tiempo que el fuerte resoplido que la bestia, frenética y claramente ansiosa, emitía por sus fauces. Deic, estaba paralizado, sin poder mover ni un solo músculo. Pensó, que si de verdad era el elegido, seria muy irónico morir tan de prisa…?
En la salvaje mirada del Nuck, se reflejaba la destreza y la eficiencia que solo el instinto animal pueden conferir. No había posibilidad de huir, la misma choza formaba una perfecta barrera, una sola entrada, una sola salida y aparentemente, un solo final posible. Deic, cayo en la cuenta de que la bestia podría haberlo destrozado mientras dormía, pero no lo hizo. Quien sabe cuanto llevaba así, al acecho, esperando pacientemente a que su presa ofreciera algo más de resistencia; después de todo, son animales de caza y él, una simple presa. Iba a morir, lo sabía. Vio como se tensaban todos los músculos del animal y como las patas traseras, se afirmaban al suelo, mientras que de las delanteras asomaban las afiladas garras. El salto sobre él era eminente. Sabia que intentar correr o defenderse seria tan inútil, como querer parar el viento con las manos, pero no estaba dispuesto a morir sin pelear.
Sin embargo, justo cuando el Ñuck, despegaba las patas del suelo, no pudo evitar cerrar los ojos por instinto.
En esas décimas de segundo en las que esperaba el despiadado contacto con la bestia, alcanzó a escuchar un sonido que no logró distinguir. Con los ojos apretados, espero un instante que se le hizo eterno, pero las garras del animal nunca llegaron.
Al abrir los ojos, lo que vio frente a él lo dejó aún más desconcertado que la bestia misma.
Parado justo al frente se encontraba su fiel amigo, Atux. Lucia arañones en toda la cara y en las pocas partes de su cuerpo que no estaban cubiertas de lodo, se podía ver moretones y cortes poco profundos. Aun así, y pese a estar muy agitado, sus labios dibujaban una sonrisa traviesa.
—Es la segunda vez que pierdo mi lanza Deic, ahora la lleva clavada ese Ñuck, que quería desayunarte. —dijo su amigo, sin poder recuperar del todo el aliento.
—¡ATUX! —grito emocionado Deic— como es que...
—Y también, es la segunda vez que te dejo en un lugar y que te mueves de ahí. —dijo Atux, claramente ofuscado— Te dejé sobre una roca en el río, a lado del primero de los Ñuck que maté. Podrías por favor ¡QUEDARTE QUIETOOO!
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