Capítulo 3 El talismán partido.
Deic, ignoraba cuanto tiempo tardaría en regresar su memoria, podría tardar algunas horas o quizás muchos días, en cualquier caso, no estaba dispuesto a permanecer mas tiempo de brazos cruzados. Su ansiedad iba aumentando poco a poco, la atmósfera que lo rodeaba tenía una sutil cualidad que no lograba identificar y que a cada minuto, se hacía más clara y tangible. Entonces, ahí, sentado con la mirada perdida en algún punto lejano, tan asustado como maravillado, fue plenamente consciente de que todas las cosas que estaban sucediendo, coincidían en su totalidad con la antigua leyenda.
De repente, comprendió de que se trataba ésa extraña sensación que no lograba explicar y que la notaba en todo momento y lugar. Era la frescura del aire, la extraordinaria nitidez de la luna o el dulce aroma de la tierra húmeda, sensaciones que invadían sus sentidos con una intensidad, como jamás había experimentado. Eran exquisitamente distintos a los aromas e imágenes que conocía.
Además, la imponente presencia del "velo de la novia" y la aterradora certeza de saber que un asqueroso Ñuck, permanecía atravesado por una lanza y muerto en el lecho del río, a tan solo unos metros de ahí; eran verdades que no podía omitir.
Minutos más tarde, Deic, caminaba directo y decidido con dirección a la gran pared de piedra. Se alzaba, orgullosa frente a él y parecía definir toda la margen del río. El calor y la seguridad de la hoguera ya habían quedado muy atrás.
Cuándo por fin, se encontró plantado en frente a ésa interminable pared natural, sus cuatro dedos acariciaron la fría roca. Descubrió que no solo era filosa e intimidante, también estaba mojada y era tan lisa, que parecía deliberadamente tallada.
La ausencia de grietas o protuberancias de las cuales poder sujetarse era desesperante. La simple idea de trepar por ella lo hacía estremecer, parecía una de las peores ideas, de otras tantas que había tomado en su corta vida. La insaciable curiosidad que Deic, tenía por todas las cosas, solo era comparable a su inigualable testarudez. Al parecer, tampoco la razón no ganaría aquella extraña y oscura noche. Deic, estaba decidido a trepar por ahí.
Aún tenía el pie derecho apoyado en el primer escalón natural formado por la piedra, cuando se permitió un instante para dudar sobre la descabellada empresa. De aquel pensamiento, lo despertó un inesperado crujir de ramas en la profundidad de un bosque espeso, desconocido y oscuro. Deic, sabía muy bien que el cálido crepitar de la hoguera, ya había quedado muy lejos; nada explicaba aquel chasquido de ramas, tan cerca de el. Sin embargo, prefirió ignorarlo y seguir adelante sin pensarlo demasiado ( la sola idea de otro Nuck, rondando en el oscuro bosque, lo paralizaría del miedo evitandole escalar con destreza).
Una hora más tarde, por fin se encontraba cerca de llegar al la sima de la ladera. Los brazos le temblaban con cada esfuerzo por elevarse un poco más. Ya no sentía los dedos de los pies y las manos eran un sin fin de magulladuras y pequeños tajos que provocaban, una peligrosa falta de sensibilidad.
El corazón le latía con fuerza, mientras que el sudor le empapaba toda la cara y le nublaba la vista.
Instintivamente, quiso frotarse los ojos, pero se arrepintió de inmediato. Usar alguna de sus manos, no era una buena idea. La opción de sacudir la cabeza tampoco, pues se encontraba tan pegado a la roca que podría haberla besado si así lo hubiere querido. Sabía que era cuestión de tiempo, para que cometiera un error que provocase una fatal caída.
Necesitaba descansar.
Por suerte, a tan solo unos pasos más arriba, encontró un lugar de donde poder sujetarse con más firmeza. Entonces, con su cuerpo bien pegado a la roca, extendió lentamente su brazo derecho y al trabarlo contra una pequeña protuberancia, pudo lograr la estabilidad que necesitaba. Con algo de dificultad, introdujo los cuatro dedos de su mano izquierda en una de las pocas grietas que ésa endemoniada pared tenía. Tubo que contener el involuntario movimiento de sacar su mano de la grieta, al sentir como muchas patitas, de algo que ni siquiera voltio a ver, caminaban por sus dedos.
A Deic, no le costó ignorar eso, pues, no solo era el menor de sus problemas; sino que tampoco tenia opción.
Mientras giraba la cabeza muy lentamente, pensaba lo mucho que le sería útil, tener aún los cinco dedos en la mano.
Al sentirse un poco mas cómodo, no pudo evitar, mirar hacia abajo.
Entonces lo vio!!
Un frío estremeció todo su cuerpo, se le erizaron los bellos de la piel y por poco no pierde el equilibrio.
No, no era solo vértigo, era la aplastante certeza de saber que sí cometía un error y caía, con toda seguridad, moriría. No por causa del golpe, sino entre las afiladas garras del Nuck que ahora lo miraba desde abajo y que parado en dos patas se apoyaba sobre la pared de piedra y se relamía ansioso.
Respiró profundo e intentó ignorar el terror que comenzaba a paralizarlo. Decidió continuar.
Respiró profundo e intentó ignorar el terror que comenzaba a paralizarlo. Decidió continuar.
Es extraño lo que se piensa en esos momentos. Podríamos decir que Deic, se concentró al máximo en la tarea de salir de esa situación. Que solo se enfocó en pensar inteligentemente en cada uno de sus movimientos, hasta poder zafar de aquella complicada situación. O que calculaba mentalmente, de cuanto tiempo disponía, antes que el Ñuck hallara el modo de llegar hasta él. Sin embargo, en lo único que Deic pensaba en aquel momento, era en la imagen de su madre. En el amor con el que lo miraba todo los días, y en toda la esperanza que ella había depositado en él, desde que su padre desapareciera aquella triste tarde, hace ya varios años.
Pensó también, lo mucho que su madre se molestaría, si no llegaba a horario para la cena…, entonces, sus labios dibujaron una fina línea, casi una sonrisa. Negó con la cabeza en silencio y decidió que con tal de no tener que soportar, el interminable sermón de su madre, intentaría, por todos los medios, no morirse ese día.
Aún estaba algo agitado y muy cansado. Notó que se encontraba solo a unos cuantos centímetros de llegar al final. Pero, también sentía como sus fuerzas se agotaban rápidamente.
De repente, su pié resbaló provocando que Deic, perdiera toda estabilidad. Sus manos, buscaban desesperadas e instintivamente, algo de que poder aferrarse en la penumbras. El cuerpo ya esyaba flotando en el vacío, en ese instante previo a caer, cuando justo en ese momento, sus manos encontraron una fina rama de calafate que asomaba por el borde de la ladera. Con la esperanza de que ésta no estuviera suelta, se aferró con desesperación a ella y pegando su cuerpo nuevamente a la piedra, se apresuró a terminar de escalar los pocos centímetros que lo separaban del final.
Permanecía tendido y exhausto, aun no soltaba el tramo de rama que, segundos atrás, le había salvado la vida. Con los párpados muy apretados, la boca abierta y pegada al suelo; respiraba entrecortado y superficialmente sobre un suelo cubierto de pequeñas ramitas y hojas húmedas que olían a tierra mojada. Cuando levantó lentamente la cabeza, aún se encontraba intentando recuperar el aliento. Por eso al verla, casi deja de respirar.
Iluminada por una suave cortina de pálida luz lunar que se filtraba de entre las copas de altos árboles. Apenas se podía advertir su contorno, pero fue suficiente para que Deic, pudiera reconocerla de inmediato. De pronto, el miedo, la incertidumbre, el desconcierto y las dudas, desaparecieron. Un estremecedor escalofrío recorrió de punta a punta, el pequeño cuerpo de aquel incrédulo duendecito. Las pupilas se le dilataron, el corazón parecía querer salirse de su lugar habitual. Todo permaneció suspendido en el tiempo cuando Deic, entendió, en un solo instante, que todo era cierto.
Ya había visto esa imagen en las ilustraciones de los libros que leía en el archivo sagrado. Entendió también, que quizás, él fuese uno de los pocos, sino el único que había leído sobre los Onas. Por fin pudo justificar aquella inexplicable necesidad por estudiar todo lo referente al mundo de los hombres. Comprendió que nadie más que él, estaría mejor preparado para desenvolverse en aquel entorno.
Ya había visto esa imagen en las ilustraciones de los libros que leía en el archivo sagrado. Entendió también, que quizás, él fuese uno de los pocos, sino el único que había leído sobre los Onas. Por fin pudo justificar aquella inexplicable necesidad por estudiar todo lo referente al mundo de los hombres. Comprendió que nadie más que él, estaría mejor preparado para desenvolverse en aquel entorno.
Reconoció la choza donde moraban los Onas, estaba justo frente a sus ojos, era real e igual que las ilustraciones. Parpadeo varias veces pero la choza no se iba.
Se arrastró asta ella y una vez adentro, con lágrimas en los ojos, comenzó a cavar frenéticamente. Mientras lo hacía, la emoción lo invadía, evitando que advirtiera, como sus propias manos, habían comenzado a sangrar, mientras no dejaban de cavar.
“…Dejarás atrás las líquidas puertas que ocultan nuestro mundo, para ascender y desenterrar, de lo profundo, de donde moraban los Onas, aquello que solo tu podrás completar…”. No dejaba de repetir mientras cavaba bajo la luz de la luna.
De pronto, sus ensangrentados dedos, provocaron un sonido hueco, al golpear lo que parecía ser, la tapa de una vieja caja de madera, que había esperado durante siglos, ser desenterrada. Ese sonido lo regresó de sus pensamientos y tembloroso, extrajo el cofre, con toda la suavidad que le era posible tener en aquél momento. Luego, lo apoyó sobre sus piernas y ahí lo contempló por un largo rato, dudando si debía abrirlo o no.
Cuando la tapa del cofrecíto se abrió con un chirrido apagado, reveló que en el fondo, descansaba un trozo de metal plateado, finamente grabado, con números y letras, unido a una correa de cuero marrón. Deic, entrelazó el cordón de cuero marrón del cual colgaba aquel pedazo de metal grabado, entre sus destrozados y temblorosos dedos y lo extrajo con mucha suavidad. Al tenerlo frente a sus ojos, el brillo de la luna, le mostró con total claridad, aquel misterioso grabado.
Se trataba de tres líneas finamente caladas en el metal: en la primera ponía, “MELAN”, en la segunda, 16 4 14 16. Era, sin dudas, el legendario "Talismán partido".
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